Por Tania L. Montalvo (@tanlmont)
Octubre 23, 2015.
Diecisiete jóvenes fueron asesinados en enero de 2010, en Villas de Salvárcar, Chihuahua, cuando participaban en una fiesta. Pronto se supo el nombre de los responsables: una banda criminal llamada ‘La Línea’, vinculada al Cártel de Juárez.
El presidente Felipe Calderón se apresuró a declarar que los muertos eran resultado de un “enfrentamiento entre pandillas”. Un caso más, según la versión del gobierno federal, de “se matan entre ellos”.
Lo primero que se dio a conocer tras el crimen fue que ‘La Línea’ tenía órdenes de acabar con miembros de la pandilla ‘Artistas Asesinos’, que a su vez operaban con un cártel rival, el de Sinaloa.
Sin embargo, las investigaciones demostraron que los jóvenes muertos no tenían ningún nexo con el crimen organizado. Incluso Calderón se vio obligado a ofrecer una disculpa a los familiares de los fallecidos.
En realidad, lo ocurrido era un ataque más de una banda criminal a una sociedad ajena a las disputas entre cárteles, pero que cada día ponía más muertos.
Los ataques contra la población se hicieron más comunes desde que, a finales de la década de 1990, las organizaciones criminales decidieron fortalecerse con el reclutamiento de brazos armados o células delictivas dedicadas a matar y utilizadas para atacar a grupos rivales y a cualquier ciudadano.
Estos brazos armados han sido los protagonistas de asesinatos colectivos como el Salvárcar pero también otros como el ocurrido en 2008, cuando se encontraron 24 cuerpos en La Marquesa, Estado de México. Tampoco pudo demostrarse que las víctima tuvieran nexos con el crimen organizado.
Los responsables eran integrantes de La Mano con Ojos, una célula del Cártel de los Beltrán Leyva, que buscaba frenar las operaciones de la Familia Michoacana en territorio mexiquense.
Otro caso, en julio de 2010, cuando en Torreón, Coahuila, 17 personas fueron asesinadas en una fiesta de cumpleaños por integrantes de la célula delictiva Gente Nueva, vinculada al Cártel de Sinaloa.
Primero fueron Los Zetas
Los mismos cárteles que reclutaron a estas bandas se encargaron de entregarles armamento de alto poder a esos grupos para convertirlos en la primera línea de combate frente a otras organizaciones criminales y también para pelear contra las fuerzas del Estado.
El primer brazo armado al mando de una organización criminal fueron Los Zetas. El líder del Cártel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén, reclutó a ese grupo de exmilitares en 1998, que resultó clave para su fortalecimiento.
En Tamaulipas, Los Zetas se encargaron de frenar el avance de los Cárteles de Sinaloa y de Juárez que buscaban, en alianza, conquistar la frontera con Texas.
Pero la respuesta fue el reclutamiento de nuevos grupos: El Cártel de Juárez armó a La Línea y el de Sinaloa a Los Pelones.
Al finalizar la gestión de Vicente Fox (2006) sólo existía información sobre la operación de esas tres células delictivas.
Seis años después, cuando Felipe Calderón dejó la Presidencia, esa cifra aumentó a 59, es decir, las bandas criminales al mando de los grandes cárteles del narcotráfico en México aumentaron casi 2 mil por ciento.
La expansión de los brazos armados también implicó un aumento en el saqueo a la sociedad civil, que se convirtió en una actividad cotidiana de esas células delictivas para autofinanciarse.
“Lo que ocurre es que nacieron grupos con cierta infraestructura criminal: armas, vehículos, casas de seguridad y sicarios con autonomía de los jefes, mientras cumplieran con órdenes los dejan sobrevivir como quisieran. Y el mejor negocio después del tráfico de droga está en exprimir a la población, eso te lleva a la extracción de rentas”, explica Raúl Benítez Manaut, especialista en temas de seguridad del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Y no sólo eso. Los Zetas, como brazo armado del Cártel del Golfo, abrieron sus propias “líneas de negocio”, primero con el narcomenudeo y la piratería. Su capacidad de combate llegó a ser tal que pronto participaron también en el robo de hidrocarburos, el tráfico de migrantes, el secuestro y la extorsión, explica Guillermo Valdés, exdirector del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).
“Empiezan Los Zetas, les dan libertad de gestión, ganan mucha fuerza y tamaño y muchas bandas vieron que era redituable, que la extracción de rentas sociales les permitía crecer”, añade.
Antes del 2000, las actividades de las organizaciones criminales se concentraban básicamente en el tráfico ilícito de drogas dirigido hacia el mercado exterior y tras el reclutamiento de brazos armados también encontraron la forma de hacer negocio con el saqueo ciudadano y la explotación de las economías locales. Esa evolución, causas y consecuencias estará disponible en una próxima entrega de NarcoData.